El método de Catholic Voices

A raíz de los numerosísimos debates, entrevistas y discusiones que hemos mantenido en los platós, hemos individuado diez «principios», especialmente útiles cuando los ánimos se calientan. Tomados en su conjunto, refuerzan la «mentalidad» necesaria para este trabajo.

 

1. En lugar de enfadarte, reformula

Recordemos: en vez de pensar en los argumentos a los que te vas a enfrentar, ten en cuenta el (los) valor(es) a los que apelan. Busca la ética cristiana (a veces escondida) detrás del valor. ¿Qué otros valores (cristianos) ignora el adversario, o no tiene suficientemente en cuenta? ¿Cuáles son los marcos implicados? ¿Qué papel se atribuye a la Iglesia en este escenario, y cómo podemos escapar de él?
La reformulación cuenta una historia diferente a lo que hay fuera. Solo funciona si sustituyes una imagen falsa por una más auténtica. «Las falsas creencias pueden refutarse con argumentos», dijo el beato Cardenal John Henry Newman, «pero las verdaderas creencias las hacen desaparecer». Reformular equivale a prepararse bien.

2. Echa luz, no leña al fuego
El propósito de nuestra comunicación es iluminar. No pretendemos convertir a nadie, ni persuadirle con la fuerza de nuestros argumentos (si ocurre, ¡genial!), sino ayudar a entender qué defiende la Iglesia y por qué. Buscamos añadir nuevos puntos de vista. Nuestro objetivo es intelectual: que se entienda. De la misma manera que «alcanzas» la fe observando las vidas de las personas con fe sólida, se puede «alcanzar» la luz en un debate. Mantén la calma, y explica.
3. Piensa en triángulos
Una forma eficaz de prepararse para un debate es reducir tus argumentos a tres puntos clave. Puede que no tengas la oportunidad de desarrollarlos todos, o quizá tengas tiempo para añadir otros. Pero para la mente es fácil recordar tres (por eso el papa Francisco suele dar tres mensajes en sus homilías). Si alguna vez te pierdes o te metes en un callejón sin salida, hay tres amigos a los que siempre puedes recurrir. Y, si las cosas se ponen verdaderamente mal, siempre puedes decir: «Mira, ¿puedo simplemente señalar estas tres cosas?». Si has reformulado bien, el primer punto se referirá a la intención positiva del detractor, y los otros dos ampliarán la perspectiva.

4. La gente no recuerda qué dijiste, sino qué sintió al escucharte
La mejor comunicación se da cuando las personas se sienten valoradas y seguras. Se acercan el uno al otro, tratando de comprenderse y compartir. No se trata solo de la lucidez de tus argumentos, sino del efecto que tus palabras tienen en los demás. No somos nosotros los que convencemos; es la Verdad. Nuestro cometido es servir a la Verdad lo mejor posible. Y lo conseguimos cuando somos educados, empáticos y claros. Es fácil ganar una discusión y al mismo tiempo desaprovechar la oportunidad de comunicar. Por eso, después de cada intercambio, evalúate conforme a un solo criterio: ¿he contribuido a crear una «cultura del encuentro» que permita a los demás entender mejor la doctrina o la postura de la Iglesia? ¿Cómo les hice sentir: animados o decaídos?, ¿inspirados o atacados?, ¿deseosos de seguir escuchando o aliviados de que me haya callado?

5. No lo digas: muéstralo
Este principio básico de la buena escritura es aplicable a cualquier comunicación en general. La gente prefiere escuchar historias antes que recibir clases magistrales, y les convence más una experiencia vital que un argumento abstracto. Expón tus argumentos con claridad y lucidez, pero siempre que puedas, ilústralos con ejemplos, anécdotas personales o casos hipotéticos que ayuden a «imaginar» lo que tratas de decir.
En lugar de decir que la Iglesia atiende a los enfermos de sida en África, háblale sobre los hospitales y los dispensarios en pueblos remotos del África rural donde hay monjas que cuidan de sus pacientes en cabañas destartaladas.
En lugar de decir que necesitamos más centros de cuidados paliativos –establecimientos desconocidos para la mayoría–, describe lugares donde los enfermos terminales reciben atención y se les reduce el dolor, e invita a la gente a imaginar qué pasaría si tuviéramos más.
No pienses ni hables como si fueras el portavoz de una multinacional, sino como un discípulo encantado de compartir historias y experiencias. Antes de cada entrevista, charla o debate, pregúntate: ¿cuál es mi historia? Después piensa en la mejor manera de contarla, tratando de ser conciso, incisivo, gráfico y emocionante.
6. Acuérdate de decir «Sí»
Este es un principio básico de la comunicación, y doblemente importante cuando tenemos que defender la postura de la Iglesia –como pasa a menudo– contra algo. La Iglesia está en contra de muchas cosas, pero únicamente porque está a favor de muchas más: de lo que requiere amparo y protección. La vida misma –la oración, la reflexión sobre las Escrituras, y siglos de inmersión en las luchas más encarnizadas de la humanidad– ha hecho de la Iglesia una «experta en humanidad». En nuestro caminar en la tierra nos ofrece una serie de señales que advierten ante direcciones equivocadas y callejones sin salida, tanto en la vida de las personas como en el diseño de la sociedad. La Iglesia dice «no» para decir «sí». Recuerda señalar siempre aquello a lo que decimos «sí». La Iglesia no es una antipática policía moral; se parece más a la Madre Teresa, mientras atiende a los enfermos desahuciados del mundo, o al papa Francisco, que pasea por la plaza de San Pedro con una gran sonrisa en el rostro. Evoca en la memoria esas y otras imágenes que te inspiren, cuando hables de las enseñanzas de la Iglesia. No hables como un verdugo triste, sino como el ángel que trae una buena noticia.
7. La compasión importa
Detrás de todos los temas neurálgicos tratados en este libro hay cuestiones éticas sumamente personales: la sexualidad, la muerte, la enfermedad, las creencias. Es muy probable que la persona con la que estás debatiendo haya pasado por una experiencia personal dura al respecto, ya sea en su propia carne o como testigo de primera mano; o haya tenido algún enfrentamiento desagradable con una autoridad o una institución, y el choque le haya dejado herido. Lo sepas o no, deberías darlo por seguro. Quizá Dios y la Iglesia sean el chivo expiatorio de la ira, el pararrayos de sus frustraciones vitales. Ser empático y compasivo es entender que respira por la herida, y hemos de relacionarnos con esa persona como un ser humano trata a un ser doliente. La Iglesia es sobre todo una madre, no un guardia.
El marco contemporáneo suele presentar a la Iglesia como una institución insensible al sufrimiento de las personas. Por eso, tus interlocutores probablemente esperen que asumas ese papel. Sal de ese marco apelando a la experiencia en vez de a la abstracción. Demuestra tu empatía, aprende a escuchar con atención, para absorber la ira y el dolor. A veces, la compasión es el testimonio más valioso que podemos ofrecer.

8. Las cifras no lo son todo

Las estadísticas pueden resultar abstractas e inhumanas, o simplemente una tapadera. No es extraño que, cuando un político las usa, la gente piense que está mintiendo. De hecho, un libro muy vendido desde hace más de cuarenta años se titula Cómo mentir con estadísticas…
Por eso, no bases la argumentación en cifras y datos, aunque puedes usarlos para ilustrar tu argumento principal. Y, cuando lo hagas, asegúrate de que todo el mundo pueda entenderlas: en vez del 33,5 por ciento de las personas, di «uno de cada tres».

9. Se trata de dar testimonio, no de vencer a nadie

Las personas que cambian su forma de ver el mundo se dan cuenta de que sus anteriores ideas preconcebidas cayeron solas, por su propio peso, no porque fueran refutadas una a una. El mundo entonces parece diferente. Lo llamamos «conversión». Suele comenzar cuando un prejuicio o una convicción se topan con una realidad que lo contradice; generalmente esta realidad es una persona más que una idea. Piensa en los marcos que la sociedad contemporánea proyecta sobre la Iglesia, y sé su contradicción en carne y hueso. Cada desafío que se nos presenta es una oportunidad para dar testimonio.
El enemigo de este planteamiento es el deseo de «vencer», de «derrotar al adversario». Rivalidades, vencedores y vencidos, «nosotros» y «ellos»… Esa es la mentalidad de nuestro mundo. Jesús nos enseña un camino distinto. El evangelio de san Juan nos muestra que, a pesar de que le acosaban y atacaban continuamente, nunca respondió con violencia ni reaccionó con victimismo, sino que permaneció firme en el amor. Sé lo que representas, recuerda a quién representas.

10. No se trata de ti

Tu miedo, tu timidez y tu actitud a la defensiva son los productos de un ego que se queja. Piensa en Juan el Bautista, un comunicador sin miedo; su fuerza provenía de saber que él era la puerta por la que podría pasar la gente para llegar a Jesucristo.
Los nervios no son malos; la adrenalina te mantiene concentrado. Pero el exceso de nervios puede ser la señal de que pensamos demasiado en nosotros mismos. El ego nos engaña y nos induce a pensar que nosotros somos el centro de atención. Rezar antes es vital (antes de intervenir, en Catholic Voices rezamos la oración que está al final de este capítulo) para recordar para qué y para quién hablas. Pide al Espíritu Santo que esté contigo y hable a través de ti, y la gracia de ser su testigo.
Si sale mal, ¡alégrate! El éxito no enseña casi nada, y el fracaso acaba con la falsa ilusión de que todo depende de nosotros. Estás haciendo el trabajo de Dios; no depende de que lo hagas bien o mal. Examínate, aprende y vuelve a empezar.

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